jueves, 25 de julio de 2013

Los correlatos neuronales del optimismo y los beneficios del pesimismo


Es probable que muchos de nosotros, mientras pasábamos por un mal momento de nuestras vidas, o quizá en un momento efímero de estrés, hayamos visto el futuro próximo de forma poco favorecedora. Quizá en ese momento algún amigo o familiar nos habrá mencionado que es mejor ver las cosas de forma “positiva” y que “todo pasa por algo”. Tal clase de filosofía me hace recordar mucho una escena de la película La vida de Brian, donde se cuenta la historia de Brian, un personaje que nace en Belén el mismo día que Jesucristo y que luego lleva una vida paralela a él, llegando incluso a ser confundido con Jesús. En la escena final, cuando Brian está siendo crucificado, los demás sentenciados a la crucifixión intentan animarlo entonando la famosa canción Mira siempre el lado buena de la vida. Un ejemplo este que ilustra lo que en ocasiones nos pasa a los seres humanos, cuando preferimos seguir centrando nuestra atención en ideas y pensamientos positivos sin importarnos siquiera lo irracionales son o cuán sombría es la realidad. ¿Pero por qué las personas eligen tener pensamientos positivos aun cuando no exista evidencia realista en que puedan basarse tales expectativas? ¿Existe alguna clase de sesgo en los seres humanos que les hace prestar más atención a los aspectos positivos de la vida en lugar de a los negativos?


Precisamente son esas preguntas las que trataron de responder Sharot y sus colaboradores en una serie de varios trabajos que publicaron en relación a este tema. En 2007 Sharot, Riccardi, Raio y Phelps realizaron un estudio donde pudieron determinar que las personas sienten más cercanos los posibles eventos positivos del futuro que aquellos calificados como negativos, que incluso los eventos futuros positivos eran percibidos de forma más cercana que los eventos de su pasado, fueran estos positivos o no. En este mismo estudio y en otro realizado en 2011 por los autores, utilizando técnicas de neuroimagen que consisten en el monitoreo del metabolismo del oxígeno en el cerebro, pudieron ubicar regiones cerebrales que eran activadas durante el procesamiento de pensamientos positivos y negativo. Tres áreas fueron ubicadas durante el procesamiento de pensamientos positivos: el giro frontal inferior izquierdo (GFI), la corteza frontomedial (CFM) y la parte derecha del cerebelo. Por su parte, cuando a los sujetos se les pidió que pensaran en eventos futuros negativos, únicamente el giro frontal superior fue activado de nuevo, solo que en esta ocasión se activó el lado derecho.

Sin embargo, estos dos estudios no son suficientes para poder afirmar que estas estructuras, o e manera más exacta el GFI, es la estructura cerebral en el ser humano que nos predispone a tener pensamientos positivos. Recordemos que los estudios con neuroimagen pueden presentar falsos positivos, y que nada nos daría más certeza que poder manipular esta variable en un estudio experimental. Justamente por esto Sharot y sus colegas en 2012 realizaron otro estudio, pero con un énfasis experimental más marcado. Esta vez utilizaron una de las más recientes y prometedoras técnicas neurocientíficas para el estudio del cerebro y su impacto en la conducta: La estimulación magnética transcraneal (EMT). Utilizando la EMT se puede apagar una parte del cerebro a partir de la despolarización de las neuronas de un área seleccionada mediante la transmisión de impulsos magnéticos. Al ser una técnica no invasiva, es decir, que no interviene de forma quirúrgica el cerebro, es ideal para estudios experimentales que intenten verificar la función de un área específica del cerebro. Se utilizó la técnica de la EMT para apagar de forma momentánea el GFI izquierdo, esperando esta vez que no hubiera diferencia en la asimilación de eventos positivos en comparación con los negativos en los participantes. Pues bien, los resultados fueron tal cual los esperados: los participantes reaccionaban igual tanto ante los eventos positivos como ante los negativos cuando el funcionamiento del GFI izquierdo era inhibido. Más aún, cuando el funcionamiento del GFI derecho (el que procesa el pesimismo) era el inhibido, se continuó con la tendencia de asimilar mejor los eventos positivos que los negativos.

De manera que, si ya sabemos que existen causas biológicas por las cuales los seres humanos preferimos el optimismo, entonces, ¿por qué algunas personas (me incluyo entre ellas) preferimos tener una visión un poco más pesimista de la vida y el futuro? ¿Existe acaso algún beneficio del ser pesimista? Sweeny y Shepperd(2010) arrojaron un poco de luz a este respecto. Llevaron a cabo un estudio con estudiantes en periodos de examen donde se les pedía, de forma inmediatamente posterior a presentar su examen, que hicieran un pronóstico sobre sus calificaciones. Aquellos que mostraron un pronóstico superior a su desempeño real fueron catalogados como optimistas, mientras quienes pronosticaban un desempeño inferior al real se categorizaron como pesimistas ―aclaramos también que los que acertaron con su desempeño fueron categorizados como realistas―. Cuando los profesores les proporcionaban sus calificaciones a los estudiantes (retroalimentación) los investigadores inmediatamente les proporcionaban un test para evaluar su estado emocional, lo cual mostró que quienes tuvieron una visión más optimista de su desempeño, es decir, lo que sobrestimaron la nota que sacarían, tuvieron emociones más negativas como la decepción, a diferencia de aquellos quienes tuvieron un pronóstico más pesimista o realista de su desempeño. De hecho, cuanto más grandes eran sus expectativas más grande era la decepción que se llevaban los participantes. Es decir, el beneficio de ser pesimista es que al no volar alto con grandes expectativas, el golpe al caer por la realidad será menor, dolerá menos. De esta forma, Sweeny y Shepperd concluyen que cuanto más cercana es la confrontación de la realidad con las expectativas (la retroalimentación) más recomendable es tener una visión pesimista/realista del futuro. Así se evita la experimentación de emociones negativas. Por otro lado, cuando la retroalimentación es más lejana en el tiempo se recomienda tener una visión más optimista del futuro.

Si bien estos estudios parecen ser más de un corte de investigación pura, su aplicación es más inmediata de lo que creemos. Por ejemplo, al identificar qué estructuras se relacionan con el optimismo se puede intentar buscar medicamentos que funcionen activando estas zonas en pacientes con algún trastorno de tipo depresivo. De hecho, se ha visto que las áreas involucradas en el procesamiento de las expectativas optimistas presentan irregularidades en pacientes con depresión clínica cuando se les compara con población normal (Drevets et al, 1997). Del mismo modo, saber cómo afrontar momentos donde se puede obtener una noticia negativa de forma inmediata, puede ayudar en situaciones donde es necesario una intervención inmediata. Pongamos por ejemplo el caso del consejo psicológico que se da cuando un individuo se hace una prueba para VIH. Las implicaciones de un posible contagio (un evento negativo) nos sugiere que hay que preparar al sujeto con realismo/pesimismo para afrontar la noticia que se avecina. Es por eso, que los psicólogos que brindan este servicio le hacen ser consciente al sujeto de las implicaciones de un posible diagnóstico positivo, además de explorar previamente las fortalezas con las que cuenta el sujeto (qué red de apoyo social tiene, si conoce donde acudir para solicitar atención especializada, etc.).

Lo pertinente, entonces, es que no hay que ser ilusamente optimista ni preocupadamente pesimista. Tal y como Voltaire menciona en su novela bufa Cándido o el optimismo, donde satiriza las ideas leibnizianas sobre el optimismo; concluye que hay que mirar las cosas con realismo, y que aunque nos suene ligeramente pesimista y sea imposible cambiar todo lo malo del mundo, basta con preocuparnos por cambiar aquello que nos rodea para, quizá así, poder tener una vida mejor.

Rerefencias

Drevets, W. C., Price, J. L., Simpson, J. R., Todd, R. D., Reich, T., Vannier, M., & Raichle, M. E. (1997). Subgenual prefrontal cortex abnormalities in mood disorders Nature DOI: 10.1038/386824a0

Sharot, T., Kanai, R., Marston, D., Korn, C. W., Rees, G.,, & Dolan, R. J. (2012). Selectively altering belief formation in the human brain Proceedings of the National Academy of Sciences DOI: 10.1073/pnas.1205828109

Sharot, T., Korn, C. W., & Dolan, R. J. (2011). How unrealistic optimism is maintained in the face of reality. Nature Neuroscience, 14, 1475-1479 DOI: 10.1038/nn.2949

Sharot, T., Riccardi, A. M., Raio, C. M., & Phelps, E. A. (2007). Neural mechanisms mediating optimism bias. Nature, 450, 102-106 DOI: 10.1038/nature06280

Sweeny K, & Shepperd JA (2010). The costs of optimism and the benefits of pessimism. Emotion (Washington, D.C.), 10 (5), 750-3 PMID: 21038961

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